sábado, 11 de febrero de 2012

Funeral..


27.11.2003
Pongo mi móvil en modo silencio para que no haya sorpresas durante la ceremonia y me bajo del coche. Todo está tan tranquilo y silencioso... solo los cipreses del cementerio se menean ligeramente al ritmo del viento. Cada paso es más y más pesado cuando camino hacia el tanatorio junto a mi padre. La pesada puerta de metal está completamente abierta. Por respeto me quito las gafas de sol y entro. El suelo y las paredes están cubiertas de frío pero limpio mármol. El olor me repugna. A pesar del tiempo tan frío, acercándose a temperaturas bajo cero, empiezo a sentir gotas de sudor en la frente. En estos momentos este es lugar más horrible en el que he estado en toda mi vida. Sobre el carro de metal reposa el ataúd de oscura y pesada madera. Las gafas de sol esconden los ojos llorosos de Adela, que se limpia las lagrimas mientras solloza. Sus hijos vestidos de negro también tiemblan envueltos en la tristeza. La única persona que consigue mantenerse entera es su marido, Ian. En sus ojos oscuros no se perciben lágrimas. Con expresión seria en la cara, anima a Adela mientras que a los niños dedica atentos y cálidos abrazos. Mi subconsciente y mi cuerpo se resisten a la hora de acercarme al ataúd para poder ver el cadáver. Es la primera vez en mi vida que veo a una persona muerta; el mirarlo me provoca miedo, temo a la muerte. Su cuerpo lleno de vida hasta no hace mucho se ha vuelto gris y presiento que está frio. Me gustaría tocarlo por última vez y despedirme de él pero el solo hecho de pensarlo me causa rechazo. Me tiemblan las manos al intentar acercarlas a su frente. He tenido muchas conversaciones con mis amigos sobre funerales y muertes. La mayoría de ellos piensa que el cadáver de hecho no causa mucha impresión., es como si la persona estuviese durmiendo profundamente. Yo, sin embargo no siento lo mismo y sé muy bien que lo que estoy viendo es un fiambre y que este también es mi futuro. No aguanto más y en pocos minutos salgo del tanatorio con lágrimas en los ojos, procurando esconderlas cuidadosamente de la gente que veo a lo lejos en el aparcamiento. Me pongo mis gafas nuevamente y saco un pañuelo del bolsillo de mis vaqueros para limpiar las lágrimas que se derraman por mis mejillas. El reloj en mi muñeca me dice que falta menos de media  hora para que el cura empiece con la ceremonia fúnebre…

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